Ya lo dijo Eric Schmidt: “Es muy difícil que la gente vea o consuma algo que de alguna forma no ha sido hecho a su medida”. En esto se basa La burbuja de filtros de Eli Pariser, en la personalización de los bienes y servicios que aparecen en Internet según las búsquedas que realice el usuario. Así, como explica él mismo: “Internet nos muestra lo que cree que queremos ver, pero no necesariamente lo que necesitamos ver”.
Sin embargo, se ha dado un paso más en lo que respecta a la identificación de patrones de conducta única: sensores capacitados para gestionar datos no lingüísticos como pueden ser indicadores neurofisiológicos. Dispositivos que se adaptan a las emociones de cada uno.
¿Qué lugar ocupa la publicidad en todo esto? Existen ya prototipos que plantean la inclusión de anuncios cuyo producto o servicio publicitado, va acorde con el contenido emocional del vídeo principal que se esté visualizando. Pero la ambición tecnológica quiere ir más allá y plantea el estudio de las expresiones faciales del espectador ante vídeos o fotografías mediante el seguimiento del ojo o la medición de las pulsaciones, con el objetivo de presentar una publicidad dirigida.
Mediabrix es una empresa que trabaja ya en el terreno de la “selección emocional planteada”. El propósito es el estudio de las emociones de los usuarios para que cuando estos estén en el punto más alto de vulnerabilidad emocional, y por lo tanto, más receptivos, se les introduzca el spot con el objetivo de que ejerza una mayor influencia sobre ellos.
En un futuro pues, estas tecnologías podrán identificar el sueño, el miedo, el hambre, la angustia, entre otro conjunto de emociones humanas, para personalizar de manera casi exhaustiva, todos aquellos servicios que puedan satisfacer nuestras necesidades o demandas.
Pero si esto ocurre, si esta publicidad inteligente es capaz de penetrar en algo tan personal como son los sentimientos y emociones de cada uno, ¿dónde queda la toma de decisión propia del individuo ante dicha elección? ¿Es totalmente libre? y es más, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar el control y la intromisión que dichos dispositivos puedan ejercer en nuestra privacidad?