Llum Quiñonero
Directora de Comunicación en Símbolo Ingenio Creativo
De la canciller alemana Angela Merkel, doctora en física cuántica, se decía que era tímida y gris. De la presidenta del país más grande de América del Sur, la economista, Dilma Rousseff, que es una sargento. La una ha colocado a Alemania al frente de Europa; la otra, gobierna Brasil, el gigante americano –doscientos millones de población– que avanza ocupando los puestos más avanzados de las economías en crecimiento. Un país rico es un país sin pobres, afirma, y se ha comprometido a sacar de la extrema pobreza a la inmensa mayoría de sus conciudadanos.
Ninguna de las dos crecieron viendo en la televisión a Hanna Montana, ni soñaban de niñas con ser princesa del pueblo, ni se enrabietaban por no tener ropa de marca. La realidad que ellas dirigen es el mundo enrevesado en el que Lisbeth Salander se toma la Justicia por su mano, una hacker que lucha contra un estado mil veces corrupto –y un padre maltratador– y vence. Angela Merkel no tiene hijos y no los echa de menos. La chica, la llamaba su mentor, el ex canciller Khol. La chica, ante la que Europa entera se sienta a negociar.
“Mi compromiso es honrar a las mujeres, proteger a los más frágiles y gobernar para todos» afirmó Dilma. Honrar a las mujeres, así lo dijo, y en ello está.
Y Merkel ha aprovechado el 8 de marzo para dar un toque a las grandes corporaciones alemanas: caballeros, por si no se habían dado cuenta, en la dirección de las grandes empresas alemanas se sientan muy pocas mujeres; eso va tener que ir cambiando, les ha alertado. Son dos pero podría seguir nombrado en femenino a mujeres que han tomado el lugar y la palabra en la vida pública, también en nuestro país.
Entre el vértigo que produce la crisis económica y las revueltas que levantan las dictaduras hay buenas noticias y excelentes maneras de contarlas. Las mujeres como protagonistas son unas de ellas; el reconocimiento de su talento para la vida, en todas sus dimensiones, es otra. Lisbeth es ficción y sueca. Pero Dilma y Merkel no son un cuento ni el invento de nadie. Mujeres de carne y hueso, como sus madres, sus abuelas y las nuestras. Capaces de ordenar una casa, de poner en pie un país, un continente, de cuadrar a sus ministros y a sus ejércitos.
Se están produciendo vertiginosos cambios sociales que nos afectan. Los medios de comunicación, el periodismo, las agencias, sus creativos se convertirán en portavoces de esos cambios o servirán a un paradigma añejo. Habrá quienes continúen vendiendo viejos estereotipos para conseguir más por menos, que expriman su poder con el solo objetivo de vender más, tener más audiencia.
“No me alisté en el ejército para ofrecer mis servicios sexuales”, dice en la prensa de hoy una militar libia que se ha unido a la oposición.
Hay un buen colchón donde acunarse en la rancia forma de hacer. Pero hay espacios nuevos que surgen por doquier, repletos de nuevas experiencias, rebosantes de talentos que no se quieren perder la vida ni en la calle ni en la casa.
Un albañil al frente de la cocina, una madre presidiendo un gobierno, un director de banco recogiendo la mesa, una abuela dirigiendo el consejo de administración, un vendedor de seguros atendiendo a su suegra enferma.
La calle se mueve, los hogares se transforman, la vida se recrea. Las redes sociales son un medio por el que corre la pólvora del cambio, la responsabilidad social no sólo corresponde al poder político. La chispa de la vida no es la Coca cola, sino el mensaje que nos devuelve a cada cual la responsabilidad y la creencia de que podemos hacer algo mejor con nuestra vida.