Es una realidad. Las redes sociales y los teléfonos móviles no sólo han cambiado la manera en que nos comunicamos sino también nuestras costumbres y comportamientos a la hora de hacerlo. Hasta hace no mucho, nos indignábamos cuando no había cobertura. Ahora lo hacemos si en un espacio público no hay Wi-Fi o, mejor dicho, si la Wi-Fi no es gratuita, al menos para los clientes o usuarios de dicho lugar.
Y a pocos nos sorprende ya (aunque esto no quiere decir que no nos moleste) que un móvil suene en el cine en mitad de la película – a pesar de que antes de empezar se encarguen de advertirnos que los apaguemos – o que nada más sentarnos en un restaurante saquemos nuestro smartphone para hacer check-in situación que, según en qué ambientes y con qué compañías, puede resultar de mal gusto.
Es más, creo que estoy en lo cierto si afirmo que no soy la única persona que siente que no la miran del todo bien cuando, en mitad de una reunión distendida con amigos, deja “un poquito” a medias la conversación para revisar el correo o, incluso, responder un e-mail.
Y yo me pregunto: Poner el teléfono móvil sobre la mesa del restaurante o interrumpir una conversación con alguien que tenemos delante para, por ejemplo, tuitear con una persona que no está presente, ¿son gestos de mala educación o tenemos que aceptar que los hábitos, al igual que la tecnología, han cambiado?
Ante mi duda, como en todo, me encuentro con respuestas para todos los gustos. A grandes rasgos, las opiniones pueden clasificarse en tres grupos. Primero, quienes consideran que no podemos ignorar estos cambios y que con los móviles sucederá como con la llegada de la televisión, la cual se convirtió en un elemento tan central dentro de los hogares que, no sólo cambió la manera de relacionarnos sino que, incluso, introdujo modificaciones en el mobiliario y la distribución de salones y comedores.
Un segundo grupo que opina que, sin lugar a dudas, se trata de gestos de mala educación que hay que evitar. Y, por último, los defensores del término medio. Aquellos que creen que sería bueno encontrar el punto de equilibrio entre la comunicación on line y la off line.
Según este último grupo, la mejor manera de conseguir dicho equilibrio es la autorregulación. Esto es, ponernos nuestros propios límites a la hora de utilizar las nuevas tecnologías y las redes sociales. Distinguir hasta dónde puede interferir en nuestras relaciones cara a cara el hecho de estar conectados las 24 horas del día o, incluso, ser perjudicial para nuestra salud ya que, aunque estas tecnologías nos permitan trabajar en cualquier lugar y a cualquier hora, en algún momento tenemos que descansar y desconectar.
Psicólogos y especialistas en protocolo y buenas maneras, entre otros, ya debaten sobre la cuestión. De hecho, hasta qué punto no se habrá extendido este pequeño dilema que podríamos asistir al nacimiento de una nueva disciplina, la e-Urbanidad – al igual que sucediera con la Netiqueta y las buenas prácticas en el uso de las redes sociales y los social media –.
De lo que no cabe duda es que estas nuevas tecnologías de la comunicación llegan para quedarse y que habrá que adaptarse a ellas como ya hiciéramos con otros avances. Pero, como en todo proceso de cambio, sólo el tiempo determinará si, en la actualidad, hacemos uso o abuso de ellas.