Fernando Fuentes
Periodista
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Hoy, como siempre, vuelvo a escribir como mi madre me trajo al mundo. Desde hace más de veinte años junto letras así, en cueros. No se trata de una metáfora fácil con la que pretenda alegrarles el café dominical o el resacón post-sabatino. Lo que les cuento es algo tan fantástico como real. De pronto los poros de mi piel sudan el abecedario. Mientras siento como trepan las vocales por mi espinazo, consigo atisbar como las bravuconas consonantes ya han ocupado parte de mi omóplato izquierdo. Las mayúsculas han optado por acampar cerca del ombligo y las minúsculas ni siquiera se han dejado ver todavía por aquí. A ellas siempre todo les cuesta más. Se enredan en mi pelo las esdrújulas y sus primas bastardas, las agudas, andan como borrachas burlando a las eses. Huelga decir que comas y acentos llevan días esperando a Godot, se quedarán sin aliento una vez más.
Conviene que se sepa que no soy de esos que afirman escribir desde las tripas. Dramatismos los justos y necesarios a la hora del feliz alumbramiento de la lítera. No soy amigo de perpetrar carnicerías internas en pos de una impostada lucidez literaria, o hay talento o punto y final. Un escritor -cualquiera que fuera o fuese su naturaleza, color u objetivo- no debería necesitar de artificios, maquillajes o disfraces al enfrentarse a la fascinante tarea de imprimir grafemas. Los recovecos -y potenciales filigranas- que nos ofrecen las palabras, las oraciones y los tiempos verbales no deben ser desvanes -o argucias- donde almacenar verdades como puños que exigen saltar al aire para halagar, dañar o simplemente entretener.
Uno debe de enfrentarse ante el inmenso blanco del vacío sin apenas muleta o engaño. Sin miedo a recibir ese más que posible revolcón que -por salir a pecho descubierto- es fácil que nos llevemos tatuado a sangre y fuego cerca del córtex prefontal.
Lejos de nudismos alegóricos, me atrevo a plantearles una cuestión: ¿Cómo piensan ustedes que debería ser el atuendo ideal de un periodista a la hora de enfrentarse a la información? Dejando atrás la necesidad de ese espíritu crítico innegable, algo tan necesario para que la profesión siga viva, creo que deberíamos vestir de negro. Entendiéndolo así como un color aséptico, ciertamente sufrido y doloso que sirve tanto para hacer la crónica de un roto como para reportajear un descosido. Sería como una suerte de hábito a salvo de dudas, cómodo a la par que elegante. Un polivalente terno ideal para salir airoso de cualquier contienda periodística sin que nada nos impregne más de la cuenta. Sí debería tener esta prenda sublime una cualidad especial. Esa sería la de ser socorrida, de fácil limpieza.
«Todo escribiente debería siempre de afrontar la mayúscula tarea de opinar a pelo, sin trampa, ni cartón»
Les confieso que yo hace tiempo que me pertreché de mi particular atavío impermeable, mis ropajes de no sentir ni padecer. Cada noche, tras la mundana batalla, le raspo con una espátula los restos de horror, muerte y corrupción, de recesión y terribles cifras de paro humano, de fascismos encubiertos, hambrunas flagrantes, etc. Tras darle brillo y esplendor la cuelgo en una percha a la espera de que llegue de nuevo el momento de volver a calzármela para hacerle frente a ese morlaco de la realidad que se nos viene encima inexorablemente. Horas más tarde, cuando ya despunta el alba, me vuelvo a embutir en mi trajecito oscuro mientras imagino galeradas mágicas que fluyen solas, portadas en las que reina la concordia mundial y esas exclusivas planetarias y sus correspondientes Pulitzers que nunca llegarán. Mi coraza reporteril, tejida sobre la propia epidermis, surte gran efecto y ello me permite seguir sumando titulares, alicatando pies de foto y apretando sumarios a diario. Todo ello sin lijarme demasiado el alma cual Fénix entre la canallesca.
En cualquier caso, quiero seguir pensando que todo escribiente debería siempre de afrontar la mayúscula tarea de opinar como yo lo hago en estos precisos instantes… a pelo, sin trampa, ni cartón. No hay tapujos en estas líneas que les participo feliz de mi debut en estas lides. No existe ambición alguna de poder. Ni siquiera aprovecho para preguntarles cómo va lo mío. Solo quiero continuar desnudo y soñando que las letras seguirán germinando soberanas, por mi geografía natural, en busca de esa emoción que solo procura la libertad verdadera.
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Fernando Fuentes (Albacete, 1970) es considerado como una de las firmas más inquietas, relevantes y emergentes del panorama electro-literario patrio. Es redactor habitual en revistas como Rolling Stone, Neo2, Deejay, Staf, Oci Magazine, Clone, Danceworld, Blackmarket o Mondosonoro, entre otras.
También ha trabajado como Director de Comunicación de la Fundación Auno y en diferentes medios de comunicación generalistas. Es el jefe de prensa de la prestigiosa revista de creación literaria Barcarola y su último trabajo editorial es Warm-up! Un vistazo a la prensa musical electrónica en España 2000-2010.